Cantar lo que ha de asombrar
con luces incandescentes,
con trucos ya decadentes,
más que cantar es cansar.
Cantar lo oscuro, ensombrar,
es la tarea preciosa
que pone al canto otra cosa,
y quien canta ya es cantado
por un torrente sagrado
que hace su lengua valiosa.
Y no es por quitar el puesto
al músculo, al artificio,
a la voz, al ejercicio,
que me regodeo en esto.
El buen sonido que asesto
tiene sentido si dice
los grises y los matices
de aquella angustia primera,
de la infranqueable quimera
donde están nuestras raíces.
La sombra de mil cabezas
oculta en mi alma infinita,
me come, me regurgita,
derrumba toda certeza.
Es mi verdad, mi corteza,
es lo que tengo y lo grito.
No sé si es feo o bonito
el canto que me estremece,
la incertidumbre enaltece
y al monstruo lo hace mansito.
El canto cuando cuestiona
nos pone a mirar lo oscuro
donde no hay nada seguro
y nada se soluciona.
Cada quien con su borona,
con su hueco y su baraja
verá si rompe la caja
o si en ella se recuesta.
¡Si está buscando respuesta
tenga a mano su mortaja!